Se dice que cuando los turcos otomanos estaban ya a las puertas de Constantinopla, encontraron a los bizantinos discutiendo acaloradamente sobre el sexo de los ángeles, la cantidad de ellos que cabría en la punta de un alfiler, o cuál era la verdadera naturaleza de Cristo.
De la misma manera, hace ya años que la izquierda intenta arrastrarnos a debates sobre teorías queer, resiliencia con perspectiva de género, o discusiones para intentar determinar, todavía sin éxito, lo que es una mujer. Se llenan páginas y páginas de artículos en prensa y miles de horas de charlas y conferencias, bien cobradas de nuestros impuestos, dando vueltas alrededor de cuestiones absolutamente rocambolescas y desligadas de los problemas a los que verdaderamente todos nos enfrentamos.
Y mientras, cual turcos a las puertas del viejo imperio decadente, se soslayan los desafíos reales que no se quieren abordar. Tenemos preocupantes problemas de salud mental a todas las edades. Hoy se prescriben el doble de psicofármacos que antes de la pandemia. Los niños y jóvenes están desmotivados para estudiar o labrarse un futuro, en parte porque les han dicho que esforzarse no merece la pena. Aumentan las adicciones, también a las nuevas tecnologías que destruyen la capacidad de concentración. 4.000 personas se suicidaron el año pasado en España, un 75% hombres, revelando una enorme brecha de género que por lo que sea, en este caso no importa. Hay millones de mayores de 65 años en plena forma que sienten que no hay un lugar para ellos en la sociedad porque se desprecia el talento senior. Las familias cada vez son más pequeñas. Las mujeres cada vez tienen menos hijos, y una sociedad sin niños es una sociedad sin futuro y abocada a la soledad.
La familia, y no el Estado, es el núcleo de la sociedad, su primer elemento y la principal red de protección de cada uno de sus componentes. Los niños, los padres, los abuelos, los tíos y los primos. Los padrinos, el tío abuelo, la cuñada y los suegros. La familia. La grande. La que se reúne, completa o por fascículos, en navidades, cumpleaños, bodas, bautizos y funerales. La que está siempre ahí.
Esa familia necesita ayuda. Necesita un lugar prominente en el debate público para conocer los motivos por los que las parejas tienen menos hijos de los que les gustaría, para saber cómo resolver la soledad de los mayores, cómo ayudar a que la maternidad no sea tan tardía, cómo conciliar la vida familiar y laboral, cómo motivar a los niños, integrar a los abuelos, o qué hacer para que tener más de dos hijos no sea una carrera de obstáculos tan complicada.
Si no devolvemos a la familia ese protagonismo, cuando vengan mal dadas, cuando nos sintamos más vulnerables, en lugar de tener cerca a nuestros hermanos o a los abuelos, serán Pedro Sánchez e Irene Montero los que se presenten para “ayudar”. Y eso sí que es aterrador.