OPINIÓN| Por Raquel Cubero Calero, periodista
Cada 24 de enero, los periodistas celebramos la festividad de nuestro patrón, San Francisco de Sales. Lejos quedan aquellos días de Facultad en los que el imponente edificio de hormigón gris de la Complutense, cobijaba nuestros sueños, nuestra juventud y nuestro esfuerzo. En aquella facultad gris por fuera, pero multicolor y pluridisciplinar en sus entrañas, se aprendía a amar aún más el periodismo y a valorar el respeto, la libertad y la ética, por encima de todas las cosas.
En la universidad, los profesores nos ilustraron sobre el “amarillismo” que practicaban algunos medios, en perpetua pugna por lograr el titular más impactante, sin tener en cuenta los principios básicos que rigen la buena praxis del periodismo: la veracidad y la imparcialidad. Hoy, el “amarillismo” se ha naturalizado en la cotidianidad, porque lo que prima es el espectáculo mediático, posicionarse más rápido que el digital de al lado o la televisión de la competencia. La desinformación campa a sus anchas a golpe de tuit o en las lenguas de quienes vociferan en los mentideros virtuales.
Ahora, por si el panorama ya era poco halagüeño, el “amarillismo”, como la Nada en La Historia Interminable, avanza de forma constante más y más allá, trascendiendo del papel o de la pantalla, para invadir nuestra vida real, la de carne y hueso. Y determinados grupúsculos políticos y sociales se han especializado en manejar y movilizar hordas de borregos analfabetos alienados, para insultar, amenazar, coartar, tratar de amedrentar y escrachar… para crear noticias basadas en realidades impostadas y en performances dirigidas por esos trileros que llevan mucho tiempo tejiendo un proyecto de ingeniería social, diseñado a la medida de sus intereses, no de los intereses reales de la sociedad española.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, acudió a la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense para recoger su reconocimiento como Alumna Ilustre. Y en las puertas de la facultad que fue su casa, el mismo día del Patrón de los periodistas, las hordas manipuladas aguardaban para pintar de amarillo un lugar que viene a simbolizar todo lo contrario: la tolerancia, la libertad y la pluralidad.
Serena y segura, decía Isabel Díaz Ayuso, que en los momentos delicados hay una canción que siempre la inspira, “Peces de ciudad”, cuya letra, entre otras cosas, dice que al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver, porque los momentos mágicos nunca vuelven a ser igual y pueden generarnos nostalgia.
No obstante, como ella misma afirma, “la libertad se defiende ejerciéndola”, y Ayuso está acostumbrada a desafiar el oleaje.
Los trileros que habitan en las sombras con las manos teñidas de color amarillo, esperando el momento oportuno de gestar escraches, no pueden perdonar que con el Madrid de Ayuso se puede contar, porque Madrid suma, no divide; porque en Madrid se bajan impuestos frente a la voracidad recaudadora del gobierno central; porque en Madrid se defiende a las familias y la maternidad frente a la tribu; porque Madrid sigue siendo el motor económico de España; porque en Madrid se defiende, se respira y se vive en la libertad. Porque en Madrid se pueden lucir los tatuajes de un pasado bucanero, viajar sobre el cascarón de una nuez, soñar, volar y vivir en libertad sin dejarse amedrentar por esos peces que mordieron el anzuelo y que bucean a ras del suelo porque no merecen nadar.
Eduardo
29 de enero de 2023 at 12:49
Estupendo artículo.